La apuesta del Dragón
Recorrido mitológico desde tierras vascas a dehesas andaluzas pasando por la tradición nórdica y oriental.
El dragón, ese ser mitológico capaz de volar y escupir fuego a través de sus fauces, no se diferenciaba en gran medida de las serpientes en la Antigüedad. La propia etimología lo delata. La palabra viene del latín draco, ‑ōnis, y este del griego δράκων, que nombraba a las serpientes y cuyo significado es "que mira con la vista fija" y hace referencia a los ojos de estos reptiles que siempre parecen mirar fijamente.
Este ser fantástico aparece de diversas formas en numerosas culturas, adoptando diferentes simbolismos. Eso sí, mientras en las tradiciones orientales el dragón se consideraba un ser benéfico, al servicio de los dioses y guardián de los lugares sagrados, en las culturas occidentales se le reservaba un papel maléfico y destructor.
Lo podemos ver en Mesopotamia, donde, en la Epopeya de Gilgamesh, el primer relato épico de la historia, con más de 5000 años, aparece Kur, travieso dragón que habitaba en las montañas y era aficionado a lanzar piedras a los dioses. O en la mitología clásica, donde, para calmar la furia del dragón marino enviado por Poseidón, los hombres tienen que ofrecer en sacrificio a Andrómeda. Menos mal que Perseo pasaba por allí.
En la narrativa cristiana no le esperaba un mejor papel, llegando a protagonizar nuestros amigos los dragones una batalla nada más y nada menos que con los propios ángeles, como lo cuenta San Juan en su Apocalipsis. Así, pasarán a representar en la iconografía al mismísimo demonio.
Pasado el tiempo, las aventuras de caballeros medievales reservarán a los dragones un papel estelar, los archienemigos. Los encontramos en la tradición nórdica, donde su sangre le sirve a Sigfrido para volverse inmortal (y al bueno de Wagner para componer una serie de óperas). Y en la tradición anglosajona, donde hiere de muerte a un anciano Beowulf, empecinado en robar el tesoro del dragón. Si es que la avaricia…
En España encontramos historias de dragones en diferentes rincones. En Cataluña, donde Sant Jordi libera a la princesa antes de ser devorada por el malvado Drac, dándole muerte y convirtiéndose su sangre en una rosa que simbolizará a los enamorados. Esto ha dado para mucho marketing. O en Asturias y Cantabria, donde el Cuélebre se caracteriza por emitir horribles chillidos y un aliento venenoso altamente mortífero. ¡Para discutir con la criatura! Tampoco podemos olvidar a Ladón, el terrible dragón de 100 cabezas, que custodiaba el Jardín de las Hespérides situado en la Canarias. ¡Menudo chacho!
Mención especial para el Herensuge, que en la mitología vasca siempre aparece ávido de engullirse a una doncella. Hasta que dio con un herrero de Arrasate, que para librar a su amada, no dudó en atravesar el cuello de la criatura con una barra de hierro. Al menos, como consolación, dejaron al dragón el honor de aparecer en el escudo del municipio. Para quejarse, vamos.
Y así llegamos a Andalucía, donde el príncipe Yacub alimentará a su cría de dragón con con pan de Alcalá de Guadaira mojado en leche, creciendo tan fuerte que acabo siendo un puente. No es poca cosa.
Pero olvidemos nuestra tradición y busquemos nuevos horizontes. El dragón, en Oriente, es el símbolo más poderoso del Yang, y es por eso que es uno de los cuatro animales que reina los cielos del Feng Shui. Asociado con la época de lluvias, que ayudaban obtener buenas cosechas, pronto se le relacionará con la sabiduría, la prosperidad y la buena fortuna. Cuestión de tiempo. La llegada del dragón era siempre garantía de un futuro mejor.
Una apuesta segura. La apuesta del Dragón,